José Guadalupe Bermúdez Olivares
Hay conceptos que parecieran ser de otros tiempos, cargados de vínculos irracionales y de etiquetas negativas. En la Red4T muchos nos proclamamos como subversivos y así lo pensaremos hasta el final de la existencia. ¿Pero qué significa ser subversivo?
La palabra subversión suele estar cargada de sospecha, vinculada con la desobediencia, la violencia o la ruptura abrupta del orden. Sin embargo, entendida en su raíz etimológica, subvertir significa “dar la vuelta desde abajo”, es decir, transformar lo existente cuando se ha vuelto irracional, injusto o insostenible. La subversión no es, necesariamente, destrucción; es más bien la afirmación de la vida, la búsqueda de caminos inéditos para la dignidad, la justicia y la armonía.
En este sentido, la juventud, más allá de la edad biológica, representa el espíritu subversivo por excelencia. Jóvenes son quienes, con su imaginación, sus ideales libertarios y su amor profundo al prójimo y a la naturaleza, se atreven a desafiar lo establecido y a soñar con nuevas formas de convivencia, en palabras de Albert Camus, “la verdadera generosidad hacia el futuro consiste en entregarlo todo al presente”; es ese arrojo vital lo que caracteriza a quienes, con creatividad y valentía, abren sendas que luego recorrerán los llamados “cuerdos”, los que llegaron tarde al cambio pero que se benefician de la audacia de los primeros, parafreseando esa frase atribuida a Dossi.
La historia de la humanidad ofrece abundantes ejemplos de cómo los movimientos subversivos han sido semilla de transformación, la Revolución Francesa (1789) derrumbó los cimientos del absolutismo monárquico con el impulso de ideales de libertad, igualdad y fraternidad que aún hoy son marcos normativos de nuestras democracias; en América Latina, la gesta independentista encabezada por figuras como Simón Bolívar, Miguel Hidalgo y José María Morelos, fue subversiva porque se opuso al dominio colonial y abrió paso a sociedades soberanas, del mismo modo, las luchas obreras del siglo XIX, inspiradas por pensadores como Marx y Engels, introdujeron la idea de que el trabajo debía reconocerse con dignidad y que el capital no podía ser la medida absoluta de la vida humana.
En el terreno del arte, los movimientos de vanguardia del siglo XX, el surrealismo de André Breton, el muralismo mexicano de Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, mostraron que el arte no sólo es espejo, sino también martillo, capaz de moldear la conciencia colectiva y abrir paso a nuevas sensibilidades. La subversión artística radicaba en romper con los cánones dominantes y al mismo tiempo expresar las aspiraciones profundas de libertad y justicia de los pueblos.
Ser subversivo, entonces, no es sinónimo de violentador. Al contrario, es el intento de construir una paz verdadera, no basada en la imposición o el silencio de los conflictos, sino en la armonía, la justicia y el bienestar. Paulo Freire lo expresó claramente en Pedagogía del oprimido: la verdadera revolución no consiste en cambiar de opresores, sino en superar las condiciones de opresión y abrir paso a un mundo donde la libertad de todos sea posible.
Hoy, en pleno siglo XXI, la subversión adquiere un matiz particular con la llamada “revolución de las conciencias”. Este concepto apunta a la necesidad de un cambio profundo en la manera en que pensamos, sentimos y actuamos, una revolución de las conciencias no sólo busca alterar estructuras externas (el poder político, la economía), sino transformar la subjetividad, los valores y las formas de relación entre las personas y con la naturaleza.
De esta revolución de las conciencias puede emerger un nuevo arte, capaz de unir lo estético con lo ético; una nueva economía, que no mida el éxito en términos de acumulación sino de cuidado de la vida y de la tierra; y una nueva sociedad, donde los valores y los principios del cooperativismo apuntan hacia la armonía planetaria, fuera de la irracionalidad del mercado, la explotación sin límites o a la devastación ecológica.
En este marco, hablar de subversión, implica vincularla con lo que algunos han llamado la revolución de las conciencias, porque no basta con transformar estructuras políticas si no se transforma, al mismo tiempo, las estructuras económicas y la manera en que pensamos, sentimos y nos relacionamos con los demás y con la naturaleza. No basta la rebeldía por naturaleza, sino de esta con la conciencia de clase y la necesidad de construir lo nuevo, ante esto necesitamos estudiar como planteaba Gramsci (1930), “instruirse porque necesitaremos toda nuestra inteligencia, conmovernos porque necesitaremos todo nuestro entusiasmo, organizarnos porque necesitaremos toda nuestra fuerza”. La subversión contemporánea debe orientarse, entonces, hacia la construcción de un nuevo arte, una nueva economía y una nueva sociedad, capaces de devolver centralidad a la vida digna y al cuidado mutuo.
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