Uruapan, Michoacán., a 21 de junio de 2024
Por Mtra. Itzia Janik Macías Barreto
Hace unos días veía Quién es quién en las mentiras, sección de La mañanera, conducida por Ana Elizabeth García Vilchis. Esta vez, el reporte me sorprendió sobremanera, pues en él se mostraba a un sujeto joven que compartió en redes sociales un video de corta duración, donde exponía el motivo que lo llevó a prescindir de la trabajadora del hogar cuyos servicios había contratado.
Con mirada indiferente y voz convencida, explicó que había tomado esa decisión porque la mujer en cuestión es morenista, aunque él en realidad utilizó el despectivo, chaira. Vale decir que esto tuvo lugar en el marco de las pasadas elecciones, y que el despido fue originado por el enojo que el resultado de los comicios produjo en el sujeto.
Él afirmaba tener plena conciencia de lo polémico de sus palabras; sin embargo, su accionar era necesario, pues consideraba que ese acto tenía un fin pedagógico. En otras palabras, le estaba dando una lección a la chaira: la privaba del trabajo para que aprendiera a sufragar por quien se debe, por la derecha.
No voy a detenerme en el discurso de odio de este sujeto, ni en su conmovedora ingenuidad al considerar que el triunfo de la doctora Claudia Sheinbaum Pardo contraviene sus intereses, como si él formara parte del 1 % de la población del país que concentra la riqueza (UNAM, 2023), de lo que deseo hablar en realidad es de la banalidad del castigo disciplinario.
Y es que sí, fue la normalización del castigo disciplinario lo que permitió que este sujeto se despojara de la empatía hacia la mujer a quien despediría, desnudo también de toda vergüenza, o culpa, por tal acto. El percibir el disciplinamiento como un ejercicio pedagógico genera en quien lo ejecuta la sensación de no incurrir en ningún acto moralmente reprobable, pues se ve a sí mismo, aún sin advertirlo, como el paladín de las formas, de la razón, el noble persecutor de las conciencias sordas o necias, cuya torpeza de juicio es preciso corregir. El castigo disciplinario es tan común, que ni siquiera fue el motivo real del reporte de García Vilchis: pasa inadvertido para todos, incluso para aquellos que buscan el bienestar de quienes nacimos y habitamos esta bella nación.
Para la filósofa española Ana Carrasco Conde, la violencia es relacional, coincido con ella, pero es también una forma de expresión y, sobre todo, un recurso pedagógico económico, efectivo y culturalmente válido, de ahí la dificultad de entenderlo como una práctica nociva, en cuyo ejercicio el docente empeña su capacidad de ver en el educando un interlocutor y, sobre todo, ser humano.
Reconocer la banalidad del castigo disciplinario nos invita a cuestionar su práctica cotidiana, este es, en mi opinión, uno de los pasos que debemos dar para empezar a construir el segundo piso de la cuarta transformación, la transformación profunda. Debemos reformar las estructuras que permiten y fomentan este comportamiento, pero no me refiero solo a las estructuras hechas de concreto, también a las ataviadas de simbología jurídica y, sobre todo, a las que aún dan cabida al rancio sabor de la tradición patriarcal. Por ello continuaremos construyendo una sociedad justa y digna, donde cada individuo sea valorado, no por su alineación política, sino por su intrínseca humanidad.
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