José Guadalupe Bermúdez Olivares
En un mundo saturado de discursos vacíos y promesas incumplidas, la figura de José “Pepe” Mujica sigue emergiendo como símbolo de autenticidad, coherencia y esperanza. Exguerrillero, expresidente de Uruguay, campesino, filósofo cotidiano y referente moral, su vida es testimonio de que es posible construir un mundo más justo, humano y solidario.
De la lucha armada a la transformación ética
José Mujica nació en Montevideo en 1935. En su juventud fue parte del Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros, un grupo guerrillero urbano inspirado en los ideales revolucionarios de la época. Participó en acciones armadas para denunciar la desigualdad, la represión estatal y la concentración de poder económico.
En los años 70 fue capturado y pasó 13 años en prisión, varios de ellos en condiciones de aislamiento extremo, lo que marcó profundamente su visión del mundo. En lugar de volverse un hombre amargado, el sufrimiento lo convirtió en un pensador profundo y sereno, que empezó a comprender que el cambio no podía limitarse a la toma del poder, sino que debía transformar también las conciencias, los valores y las formas de vida.
Tras el retorno a la democracia, Mujica apostó por el camino institucional. Se integró a la política formal, fue diputado, senador, ministro de Ganadería y finalmente presidente de la República (2010–2015). En ese recorrido mostró que la ética de la convicción no está reñida con la ética de la responsabilidad, y que la política también puede ser un espacio de transformación cuando se hace con honestidad y sentido de justicia.
El presidente más pobre del mundo
Durante su presidencia, Pepe Mujica vivió en su modesta chacra en las afueras de Montevideo, acompañado de su esposa, la también senadora Lucía Topolansky, y sus tres perros. Rechazó el uso de la residencia oficial, donó el 90% de su salario a programas de vivienda y organizaciones sociales, y se desplazaba en su viejo escarabajo Volkswagen de 1987.
Ese estilo de vida no fue una estrategia mediática, sino una coherencia vital profunda. Mujica no predicaba austeridad, la practicaba. Su forma de gobernar estuvo marcada por la sobriedad, el respeto a los derechos humanos, el diálogo político y una mirada inclusiva.
Durante su gestión, Uruguay se convirtió en el primer país de América Latina en legalizar el matrimonio igualitario y uno de los primeros en regular el mercado del cannabis. También se promovieron políticas de redistribución del ingreso, acceso a la salud y la educación, e incentivos para la economía solidaria.
En sus discursos nacionales e internacionales, Mujica no se cansaba de cuestionar el consumismo desenfrenado, la idolatría del mercado y la cultura del “tener más” como sinónimo de felicidad. En 2013, en su célebre discurso ante la ONU, dijo:
“Venimos al planeta a vivir la vida, no a hipotecarla en función del mercado.”
Mujica no fue un tecnócrata, ni un político populista. Fue un campesino presidente que enseñó al mundo que la verdadera riqueza es tener tiempo para vivir, amar, compartir y servir.
La esperanza como forma de vida
Para Pepe Mujica, la esperanza no es una promesa vacía ni una emoción pasiva. Es una forma activa de estar en el mundo. Una decisión cotidiana que implica apostar por lo común, por la organización comunitaria, por la vida sencilla, por el respeto a la naturaleza y por la dignidad humana.
En múltiples entrevistas, Mujica ha insistido en que no es un líder mesiánico, sino simplemente un hombre que aprendió del dolor y eligió poner su vida al servicio de una causa mayor. Su sabiduría no viene de libros de teoría política, sino de haber vivido, perdido, resistido y perdonado.
La esperanza que encarna Mujica no es ingenua ni evasiva. Es crítica, lúcida, basada en la convicción de que el ser humano, con todos sus defectos, tiene capacidad de cambiar cuando se organiza, se educa y se conecta con los demás.
En sus palabras:
“La vida se nos va, y el dilema es cómo gastarla. Si en cosas inútiles o en construir algo más justo.”
En tiempos donde el desencanto social y la desconfianza en la política crecen, Mujica nos recuerda que la lucha por un mundo mejor empieza por cómo vivimos, cómo nos relacionamos, cómo tratamos al otro, cómo cuidamos la tierra y cómo nos organizamos solidariamente.
¿Qué podemos aprender?
- Que la coherencia personal es una forma de liderazgo moral.
- Que la política puede ser servicio, no privilegio.
- Que la esperanza no es un sentimiento abstracto, sino una práctica cotidiana.
José “Pepe” Mujica no es un ídolo perfecto ni un mártir. Es un ser humano que ha vivido con consecuencia, que ha elegido siempre estar del lado de los humildes, y que nos recuerda que otro mundo es posible, si estamos dispuestos a vivir como si ya estuviera naciendo.
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