Uruapan, Mich., a 19 de febrero de 2024
Por Mtra. Itzia Janik Macías Barreto
¿Alguna vez has tenido la intención de evadirte por completo haciendo algo que no demandase ningún tipo de esfuerzo intelectual? Esa era mi intención uno de estos días, cuando me dispuse a ver En pocas palabras, miniserie de Netflix enfocada en compartir con el espectador datos curiosos sobre diversos temas.
¿Mi elección? El capítulo titulado Cuentos de hadas. Todo iba bien hasta que mi cerebro estalló en una explosión de sorpresa mezclada con indignación al escuchar decir a Constance Grady, analista de cultura de Vox, lo siguiente: “Al reescribir cuentos para que sean feministas, más que avanzar, estamos retrocediendo”. Te imaginarás que tras escuchar tal afirmación, mi ánimo pasó de modo chill, a modo WTF!
Sin embargo, voy a dar el beneficio de la duda a Constance Grady, en principio porque lo que dijo, lo dijo en inglés, idioma que escapa a mi dominio; luego, porque sus palabras estaban enmarcadas en un plano que duró escasos segundos, por lo que su dicho pudo estar fuera de contexto con la intención de causar polémica o dejar entrever la postura del productor.
Cualquiera sea el caso, el espectador jamás se entera del por qué, desde el punto de vista de Grady, reescribir cuentos de hadas para que sean feministas implica un retroceso. Incluso omite decir quién experimenta el supuesto retroceso. Iré más lejos y lanzaré la siguiente pregunta: ¿a qué llama Grady cuentos de hadas feministas?
No soy fiel seguidora de la producción de Disney, pero creo que me habría enterado si dicha compañía hubiese producido una nueva versión de La Cenicienta en la que el hada madrina, en lugar de ataviar a la protagonista para un baile con la socialité, la hubiera dotado de una flotilla de calabazas convertidas en carrosas para facturar con un servicio de movilidad similar a Uber.
Una versión de La Cenicienta donde el personaje central conquistara la independencia económica, o una versión de Blancanieves donde la reina duelara con éxito la pérdida de la juventud, son, para mí, versiones feministas de cuentos de hadas clásicos.
Frases como la de Grady, en especial fuera de contexto o sin mayor soporte adicional, perjudican el trabajo de concientización que algunos grupos feministas han hecho en torno al poder alienante de las historias, con énfasis en las escritas para un público infantil mayormente integrado por niñas, esa parte de la humanidad que el patriarcado ha dispuesto cocine, lave y planche en nombre del amor; es decir, sin pago ni prestaciones.
La literatura no es inocua, va cargada de intención y significado. La literatura es una forma de comunicación y también una herramienta pedagógica, por ello los griegos la usaban para explicar desde fenómenos acústicos hasta la diversidad sexogenérica.
Incluso en formato de película clasificación A, las historias contribuyen a modelar nuestra visión del mundo; de hecho, tienen el poder de influir en nuestros hábitos, de ahí que en 1998 las autoridades sanitarias de EE.UU. llegaran a un acuerdo con la industria del cine para restringir la representación del tabaco, en películas producidas por los estudios de Hollywood. Lo irónico del caso es que ahora en lugar de ver personajes atormentados por sus demonios consumir una cajetilla tras otra para aquietarlos, los vemos bebiendo; pero aún, esnifando.
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