José Guadalupe Bermúdez Olivares
El 23 de septiembre de 1965, un comando armado integrado por maestros, estudiantes y campesinos encabezados por el profesor Arturo Gámiz García y Pablo Gómez Ramírez, realizó un asalto al cuartel militar de Ciudad Madera, Chihuahua. Aquella acción, aunque militarmente derrotada, marcó un parteaguas en la historia política del país, pues se convirtió en un símbolo de resistencia armada contra el autoritarismo del régimen priista y en el germen ideológico que años más tarde daría lugar a la Liga Comunista 23 de Septiembre (LC23S).
Durante la década de 1960, México vivía bajo un sistema político autoritario, con un presidencialismo fuerte y un partido hegemónico, el PRI, que mantenía férreo control sobre sindicatos, universidades y organizaciones sociales. El auge de luchas campesinas, movimientos magisteriales y estudiantiles chocaba de frente con la cerrazón del régimen, que respondía con represión, cárcel y asesinatos selectivos.
La masacre de ferrocarrileros (1959), la represión contra médicos (1964-1965) y la violencia contra campesinos en diversas regiones del país fueron configurando una atmósfera en la que varios sectores concluyeron que los caminos institucionales estaban cerrados, por eso el 23 de septiembre de 1965, un grupo armado, identificado como Grupo Popular Guerrillero, intentó tomar el cuartel de Ciudad Madera. Su intención era apoderarse de armas y enviar un mensaje político contra la explotación campesina y el autoritarismo del Estado. La acción fracasó: varios insurgentes fueron abatidos, pero su memoria se convirtió en un referente simbólico.
En los años siguientes, en distintas universidades y centros de trabajo, la fecha de Madera se mantuvo viva como bandera de lucha, así en 1973, distintos grupos guerrilleros urbanos y rurales, entre ellos Los Lacandones, Los Procesos, Los Macías, el Movimiento 23 de Septiembre de Monterrey y otros colectivos estudiantiles, se unieron para conformar la Liga Comunista 23 de Septiembre, tomando como nombre y bandera el recuerdo del asalto al cuartel de Madera.
La Liga planteaba la lucha armada como vía central para derrocar al régimen y construir una sociedad socialista en México. Sus principales acciones se dieron en ciudades como Guadalajara, Monterrey, el Distrito Federal, Chihuahua y Sinaloa. Optaron por tácticas como expropiaciones bancarias, propaganda armada y secuestros políticos, con el objetivo de financiar la insurgencia y golpear al Estado.
Al crecimiento de la Liga y de otras expresiones armadas en los años setenta, el estado puso en marcha la estrategia de “guerra sucia”, conformada por el Ejército, la Dirección Federal de Seguridad (DFS) y policías estatales, la represión incluyó desapariciones forzadas, tortura sistemática, ejecuciones extrajudiciales y espionaje masivo. Se calcula que miles de personas, estudiantes, militantes, maestros, campesinos y ciudadanos sin militancia, fueron víctimas de la violencia de Estado. La Liga Comunista 23 de Septiembre fue diezmada a finales de los setenta, con la captura y asesinato de muchos de sus dirigentes.
A más de cinco décadas de Madera y del nacimiento de la Liga, la historia sigue generando debate. Por un lado, se reconoce que los movimientos insurgentes evidenciaron la cerrazón política y la violencia estructural del régimen priista. Por otro, se discute sobre los alcances y límites de la vía armada en el contexto mexicano. El 23 de septiembre se recuerda hoy como una fecha de lucha y memoria histórica. Más allá de la experiencia armada, colocó sobre la mesa la necesidad de democratizar el país, visibilizó la desigualdad social y cuestionó un modelo de desarrollo basado en la exclusión.
El 23 de septiembre no es sólo una fecha, sino un símbolo de rebeldía y de resistencia frente a un Estado autoritario. La Liga Comunista 23 de Septiembre nació como heredera de esa memoria insurgente y, aunque fue derrotada militarmente, dejó una huella profunda en la historia de los movimientos sociales en México.
Recordar hoy al movimiento insurgente y a sus protagonistas significa no solo rendir homenaje a quienes dieron su vida, sino también reconocer las deudas de justicia y memoria que persisten. El desafío contemporáneo es aprender de esa experiencia para fortalecer luchas sociales que, desde la democracia, la justicia y los derechos humanos, sigan cuestionando la desigualdad y la exclusión.
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