Reflexiones sobre el uso del Español: Señora, esa palabra | continuación

por | Dic 14, 2023 | Mtra. Itzia Janik Macías Barreto, Opiniones

Por Mtra. Itzia Janik Macías Barreto

Una vez formada una opinión,

no la movemos ni a tiros:

da igual la evidencia que nos pongan delante.

Ramón Nogueras

Sin embargo, no todas las mujeres se molestan cuando un extraño las llama señora, pongo por ejemplo a la usuaria de Facebook, Tita Ladel Manto, quien en un comentario compartido en dicha red social, expone lo siguiente: “Pues a mí me molesta muchísimo más que me llamen señorita, un hombre de mi edad es señor pero a mi me infantilizan porque como mujer me e (sic.) de mantener siempre joven. Ser señora está mal visto y eso es algo que hay que cambiar”.

Tita Ladel Manto no está sola en su anhelo porque todas las mujeres abracemos con amor la palabra señora y dejemos atrás el señorita. Una idea similar, por no decir idéntica, viene desde el feminismo, no puedo precisar qué feminismo en particular aboga por esto, pero sí puedo decir que no comulgo con su propuesta; sin embargo, no tengo inconveniente alguno en decirles señora, si así lo desean.

El argumento que presentan para explicar por qué todas las mujeres deberíamos ser team señora es, a grandes rasgos, el siguiente: a los hombres nadie les dice señorito, solo las mujeres son llamadas señorita porque solo las mujeres son nombradas desde su condición de objeto intercambiable en el mercado de los bienes simbólicos regulado por los hombres (Bourdieu).

Vayamos por partes: los hombres también viven la tiranía de una sociedad que valora la juventud por sobre la vejez. La palabra señorito existe, la rescata la RAE junto con señorita e indica que ambos términos tienen el mismo significado. Sí, significan los mismo, solo que la palabra señorito ha sido reemplazada por el término junior.

La palabra junior se emplea, únicamente, para referir a chicos pertenecientes a cierto estrato social. El señorito es un junior, pero señorito es una palabra que se oye demasiado afeminada para los sensibles oídos de una comunidad de hablantes del español homófoba. En su momento fue necesaria, hoy ya no, es demasiado suave, cursi. Claro, los junior son así, al menos en el estereotipo, en lo personal, no he tenido trato directo con ninguno como para afirmarlo desde la propia experiencia.

Pero me disperso, retomaré el punto: el anglicismo nombra lo mismo que nombraba el señorito, o al menos algo similar a lo nombrado en su momento, cuando el vocativo estaba en uso regular; a saber, un chico ocioso, mimado por unos padres con gran poder adquisitivo.

El resto de los hombres con menos de 30 años son llamados joven, cuando pasan la franja, el término joven se escucha menos y aparece con más frecuencia el sustantivo señor en las interacciones cotidianas de los hombres con extraños.

Recapitulemos, en el caso de los hombres estamos ante dos palabras (junior / joven) que implican edad, condición orgánica, estado civil y posición social. El junior y el joven en algún momento se transforman en señores, ya sea por edad o porque se casaron. Hombres y mujeres coinciden ahí, en la madurez (señora / señor). La juventud, la diferencia socioeconómica y la soltería le pertenecen al señorita, junior y joven. Señora y señor son términos que diluyen esas diferencias, son democráticos y, además, otorgan dignidad. ¿O no?

La propuesta de Tita Ladel Manto y algunas feministas que piden dejar atrás el uso de la palabra señorita, en favor de la palabra señora, tal vez no han considerado que el señora y el señor no pesan igual cuando dejamos atrás la lingüística y nos trasladamos al terreno de la dominación masculina (Bourdieu).

El quid de la cuestión está en el intercambio de bienes regulado por los hombres, donde las mujeres son los objetos intercambiados y los hombres los sujetos que intercambian, con otros hombres, sus posesiones. De ahí la importancia del ritual en el que el padre entrega (al novio) a la hija (su posesión) en el altar. Énfasis en la palabra entrega.

La mujer casada, la señora, es una mujer simbólicamente objetizada, una mujer que pasa de un hombre a otro, a ella no le entregan en el altar a ningún hombre. El señor, por otra parte, es un hombre que llevó a cabo un ritual religioso, o acto civil, para formalizar y dejar constancia social, que se ha hecho con una mujer.

Esta transacción es muy dura de exponer en su desnudez, por eso se la viste con fiestas, bailes, historias de amor y todo el despliegue de recursos que convierten el matrimonio en una industria, al tiempo que enmascaran su verdadera intención. Los dispositivos (Foucault) vinculados al amor sirven para realizar el intercambio de mujeres sin que estas entiendan ni perciban su crudeza. Son tan bellos que la mayoría de mis congéneres termina seducida por sus encantos.

En lo personal, no quiero que entre en desuso la palabra señorita, para mí es una palabra hermosa que nada tiene que ver con la infantilización de las mujeres, es una palabra que las coloca en el principio de su vida, hay en ella un camino por andar, pero sobre todo, hay libertad: la señorita es una mujer libre; es decir, una mujer que no ha sido intercambiada ni poseída ni anclada al mundo del marido[1] (Beauvoir).  

Aquella que desee ser nombrada señora, y vea en ese término el equivalente de la palabra señor, debería pensar dos veces antes de señalar a la RAE como una institución machista y desear su caída como cayó la casa Usher, pues esa institución machista (que sí lo es) se encarga de no recoger la serie de significados negativos que la mayor parte de las usuarias del español le damos a la palabra señora, para únicamente reconocer los significados positivos que los hombres le dan al sustantivo, dejando de lado sus implicaciones políticas, esas que a mí me llevan a diferir sobre el uso de la palabra señora para nombrar a todas las mujeres, en cualquier etapa de su vida; particularmente, me niego que se use para nombrarme a mí, como si yo, además de vieja, fuera la posesión de algún señor.


[1] Te invito a buscar la palabra marida en la RAE.

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