REFLEXIONES SOBRE EL USO DEL ESPAÑOL: SEÑORA, ESA PALABRA

por | Dic 4, 2023 | Mtra. Itzia Janik Macías Barreto, Opiniones

Por Mtra. Itzia Janik Macías Barreto

El español (bellísimo idioma) tiene funciones comunicativas, una de ellas es la función metalingüística, consistente en hablar de la lengua misma. Es similar a lo que hacemos los humanos cuando hablamos de nosotros mismos en la oficina del psicólogo. Nótese que uso el género gramatical masculino como genérico, énfasis en genérico, porque a diferencia del latín (bellísimo idioma), el español no tiene género gramatical neutro; tampoco es excluyente, rasgo que sí es atribuible al inglés.

Las mujeres no estamos invisibilizadas por el español, estamos nombradísimas, estamos sobrenombradas, y este artículo versará sobre una de las tantas formas en que las mujeres estamos visibilizadas por el español, en un orden simbólico de carácter patriarcal.

***

La semana pasada contacté a una amiga que tiene una edad similar a la mía, le pregunté cómo manejaba ella que le dijeran señora. Me respondió que era algo baladí en su caso, pues casi no le pasaba. Agradecí haberla contactado por chat, ya que si le hubiera preguntado en persona, ella habría visto la cara de extrañeza que puse al oír su respuesta. Entendí que el tema lo llevaba peor que yo, así que le respondí en estos términos:

-Me da mucho gusto, porque yo lo llevo fatal. La primera vez que me dijeron señora me tomaron desprevenida, hasta creí que le hablaban a otra persona. Luego fue claro que se trataba de mí, porque escuchaba esa palabra con frecuencia.

Recordé entonces aquella vez, en la que yo, siendo muy niña, recibí las siguientes instrucciones de mi papá: “Itzia ven, mira, va a venir una señora a la casa, te la voy a presentar para que la saludes, cuando te la presente no le digas señora, dile señorita. No le gusta que le digan señora”.

Recuerdo que me presentaron a esa mujer y que al verla pensé: “¡Pero si es una señora!” Con todo, le dije señorita, para no contrariar a los adultos.

Mi amiga se reía mientras relataba aquella escena que se había quedado muy atrás en mi vida, ¡y justo ese era el problema!, estaba muy atrás, tan atrás, que por fin había entendido a esa joven, resplandeciente mujer que nos visitó aquel día, y a la que yo, tan injustamente, le vi cara de señora.

El término señora se usa para denominar el estado civil que adopta una mujer cuando acepta realizar trabajo del hogar sin remuneración alguna; es decir, gratis. El señorita se emplea paradenominar a la soltera, aquella mujer que aún no tiene relación contractual basada en el amor romántico, sin goce de sueldo, prestaciones ni retiro y cuya fuerza de trabajo invisibilizada (esa sí) equivale al 26.3 % del PIB, de acuerdo al INEGI.

Pero para efectos de este artículo, el meollo del asunto no está en la denominación civil, sino en lo metalingüístico del término señora cuando se emplea como vocativo en situaciones cotidianas, llevadas a cabo entre desconocidos. En ese contexto, el hablante usará el sustantivo señorita cuando tenga ante sí a una mujer joven, en independencia del estado civil, que es desconocido por el hablante, como también desconoce su nombre, por convención, el hablante omitirá preguntárselo, en su lugar, usará una palabra que sirva para nombrarla de forma genérica, opciones hay muchas, y el hablante puede optar por el güerita o el doña o lo que sea, en función de lo más recurrente en su contexto sociocultural. En mi contexto, lo común es que el hablante recurra al señorita para apelar a una mujer joven; usará el señora para apelar a una mujer madura.   

Esto es así porque la estructura histórica patriarcal engulle a la gente, por ello la gente dará por sentado que todas las mujeres que cruzan la franja de los 30 debieron haberse casado, como lo indica el mandato sexogenérico; ergo, cuando un día un extraño te dice señora, y al otro también, y al siguiente; es decir, cuando el señorita escasea en las interacciones con desconocidos, como si fuera el pariente rico que solo vemos en Navidad, la realidad pega de golpe, con el puño cerrado.

Y es que la vejez nos recuerda nuestro fugaz paso por el mundo, la vejez coquetea con la muerte de forma descarada. Pero eso, en mi opinión, ni siquiera es lo relevante del asunto, sino las relaciones semánticas que se van conformando con los usos, por ejemplo, decirle señora a una extraña es decirle que está envejeciendo, pero también que se está acabando su atractivo físico, esto por los efectos que tiene sobre la imagen personal las asociaciones semánticas organizadas por la industria de la belleza, que funciona como sinóptico de lo hegemónicamente bello.

La pérdida de la belleza, además, es la antesala de la pérdida de vida útil de las mujeres en términos reproductivos. El señora sorprende y ofende por sus posibilidades significativas, pero sobre todo, por las simbólicas, y es que el patriarcado valora a las mujeres por su capacidad reproductiva, la mujer cuyo tiempo de vida alcanza la menopausia, es una mujer que ya no genera capital simbólico, ya no procrea, ya no sirve, es inútil, desechable.

-Amiga querida, dime, ¿cuántos cuentos de hadas están protagonizados por mujeres de 40? ¿Cuántas reinas de belleza reciben su corona a los 50? Ninguna, ¿y sabes por qué? ¡Porque ninguna concursante tiene más de 30! Esa regla estaba en la normativa del concurso internacional hasta este año. A partir del 2024, las señoras también podrán concursar, al menos eso dice una nota publicada por el Excelsior el 11 de noviembre de 2023. Claro, ellos omiten el término señoras, porque no se habla de esto, como tampoco del climaterio.

-¿Piensas concursar? Me preguntó mi amiga, muerta de risa. No, respondí. Me tiene sin cuidado el maldito certamen de belleza, lo que quiero saber es cómo contener las ganas que me entran de matar a todo el que me dice señora. Vamos, es que además de la ira asesina, hasta los veo feos, como medio deformes. Me caen mal de inmediato, ¡y ni los conozco! Hoy, por ejemplo, un tipo me dijo señora y le vi cara de mosca; en cambio, una chica que me atendió en otro lugar me dijo señorita, me gustó tanto escucharla decir esa palabra, que de inmediato pensé: “¡Vaya!, qué mujer tan agradable. Y además, guapísima”.

Continuará

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