Mtra. Itzia Janik Macías Barreto
La violencia feminicida en México es una problemática que sigue cobrando vidas y afectando a miles de mujeres y niñas a lo largo del país. De acuerdo con cifras de la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres, en 2021 se registraron más de 253,000 denuncias por violencia familiar y cerca de 4,200 por violencia de género. La advertencia de la institución de que la falta de atención a estas denuncias podría llevar a casos extremos, como el feminicidio, es un llamado que debemos escuchar.

De acuerdo con el Secretario Ejecutivo del Sistema de Seguridad Nacional Pública, entre enero y junio del 2023, han sido asesinadas 1,728 mujeres, solo el 33 % de esos asesinatos se investigan como feminicidios. Veamos otro dato: de enero de 2022 a junio de 2023, se cometieron 129,403 delitos sexuales en México, el 27 % de esos casos eran violaciones.

El Consejo Ciudadano para la Seguridad y Justicia de la Ciudad de México informó que del 2022 al 2023, hubo 3,498 reportes de víctimas de trata; 70 % de los casos eran de mujeres, 47 % lo protagonizaban menores de 18 años. A pesar de estas cifras, las autoridades, instituciones y sociedad civil organizada, a menudo abordan la situación de manera fragmentada; es decir, enfocándose en lo individual, como si la violencia máxima hacia las mujeres surgiera de diferencias y conflictos dentro de las parejas, o de prácticas individuales que se combaten con la modificación de hábitos.

Por ello, es esencial comprender que la violencia basada en el género no se limita al ámbito doméstico, ni tiene como principal precursor el desarrollo de hábitos impulsados por la industria del entretenimiento sexual. Es un fenómeno que se basa en relaciones de dominación sexogenéricas; en tal sentido, la violencia máxima hacia las mujeres persistirá mientras concentremos nuestros esfuerzos en atenderla fuera de cause, de manera aislada. La solución, pensemos, no reside en enfoques legales o psicológicos, sino en un análisis profundo que abarque diversas ciencias, tales como la filosofía, sociología, antropología, historia, política y economía.

La violencia de género, insistamos, no se limita a un problema de salud mental, es un asunto arraigado en la estructura social de una entidad simbólica jerarquizada. Combatir la violencia feminicida requiere, por tanto, un enfoque integral, multidisciplinario, transversal, que se contempla en el papel, pero no en acciones sostenidas ni estratégicas. Dar solución a un problema tan complejo implica compromiso político, reformas económicas y, sobre todo, la voluntad de aceptar que la psicología y el derecho no pueden resolver, por sí solas, una problemática arraigada en estructuras históricas. Necesitamos humildad para aceptar la posibilidad de que la solución al problema que enfrentamos no está en la articulación de políticas públicas psicocentristas, que hemos hecho muy poco para desarticular la perpetuación de estatutos de dominación que sobreviven hoy, bajo la apariencia de relaciones tóxicas.

La violencia feminicida en México es un problema profundo y arraigado en la sociedad, que va más allá de las dinámicas de pareja y la salud mental de binomios heteronormados que, generación tras generación, establecen dinámicas vinculares basadas en asimétricas de poder y de disparidad económica; que adoptan, además, la forma de la identidad sexogenérica y el color del amor romántico.

Para erradicar la violencia feminicida, insistamos, es fundamental adoptar un enfoque interdisciplinario que aborde sus raíces filosóficas, sociales, económicas, pues solo a través de un compromiso político y de resignificaciones simbólicas, o desmitificaciones a ultranza, podremos avanzar hacia un México en el que todas las mujeres tengan garantizado su derecho a la vida. A una vida libre, es preciso decirlo, de todo tipo de violencia.